sábado, 28 de mayo de 2016

Memorias de Rulfo

Apenas puedo recordar a mi madre y a mis 7 hermanos, todos ellos iguales a simple vista pero prestándonos atención todos muy distintos o eso es lo que nos hacia sentir nuestra madre. Apenas puedo recordar su dulce calor maternal y su lengua recorriendo toda mi cabeza y mi cara hasta que Antonio fue por mí y es como si mi vida empezara en sus brazos. Recuerdo perfectamente a muchas personas que se acercaban a mí haciéndome mil cariños, pasando sus manos sobre mi cara y cargándome por horas y horas.

Antonio fue mi primer padre, todas las mañanas íbamos a correr por acueductos que eran interminables, la lengua casi me llegaba al piso pero podía correr por un largo tiempo hasta que él mismo se cansaba. Me llamaba Rulfo por honor al autor de su libro preferido, incluso me puso una cosa de metal que me colgaba del cuello por si algún día me perdía. 

Antonio fue un gran bípedo, me enseñó a hacer popó en el patio, a caminar a su lado siempre y a no hacer hoyos en su jardín. Me perdonó cuando le destrocé dos pares de tenis y cuando vomité en su cama, por cierto, dormir en su cama era lo mejor excepto cuando llegaba tambaleándose y oliendo como si se hubiera fermentado junto con otra persona y me sacaban al patio para que no los molestara, al principio eso me ponía muy triste pero después me fui acostumbrando. A veces llegaba con hembras, otras veces con machos y a pesar de que no estaba ahí para saber qué hacían me imaginaba que Antonio siempre los usaba para dominarlos. Cuando crecí me di cuenta que sólo intentaba aparearse con ellos.

Todavía no cumplía ni un año cuando él llegó a casa tambaleándose como siempre y fuera de sus cinco sentidos, esa vez había llegado solo y aún así olvidó abrirme la puerta y me dejó fuera en el jardín. En el día no había problema quedarme ahí, era un lugar muy fresco y siempre descubría olores nuevos y a otros seres diminutos pero en la noche hacía frío y era muy incomodo. Le intenté hablar pero se debió quedar dormido en el sillón porque se veía por las paredes transparentes. Apenas la noche estaba en su punto más oscuro cuando detecté el olor de alguien desconocido y con malas intenciones, desde donde yo estaba no podía ver nada pero el olor era muy fuerte y no era uno solo, eran varios. Intenté ahuyentarlos con mi voz pero era imposible, no sé cómo entraron porque no conocía toda la casa y Antonio no me dejaba explorarla del todo pero ellos estaban ahí y Antonio en peligro. Grité con todas mis fuerzas y desesperado intentaba atravesar las paredes transparentes saltando sobre ellas, cosa que Antonio me tenía completamente prohibido pero ante tan alarmante situación tenía que protegerlo. Fue inútil, los tipos golpearon a Antonio hasta dejarlo inerte y se llevaron muchas cosas de él, jamás había sentido tanta rabia que incluso sentía mi garganta desgañitarse, ellos ni me tomaron en cuenta y se fueron. Pasé horas golpeando las paredes transparentes hasta que estas se quebraron en miles de pedazos de forma aparatosa pero no me importó, entré a verificar el estado de mi querido Antonio y despertarlo lamiéndolo como solía hacerlo todas las mañanas, él ya no iba a despertar pero tenía esperanzas así que metí mi boca y mi nariz sobre la bolsa de sus pantalones para sacar el cuadro que siempre traía en la mano y con el cual hablaba con otros bípedos. 
Cuando lo saqué no tenía idea de cómo usarlo, le intentaba hablar pero no escuchaba que salieran voces de este pedazo inservible de plástico, metal y circuitos. Le puse mi mano encima sobre la cara donde debía salir luz pero era inútil, era mucha la desesperación y no sabía como ayudar a Antonio y el metálico olor a sangre que emanaba de él inundaba el ambiente. Cuando logré que el cuadro encendiera su característica luz, me pedía unos números, mis esperanzas se fueron por completo, yo no podía saber qué era eso. Lamí sus heridas con el propósito de que ya no sangraran pero era inútil, lo último que se me ocurrió fue llamar a otros bípedos de alrededor con mi voz hasta que llamé la atención de alguien. Jamás volví a ver a Antonio.

Mi antiguo y sagrado hogar con el paso de días y semanas se convirtió en un recuerdo desvaneciéndose pues estuve un buen tiempo encerrado, comiendo cosas horribles en compañía de otros parecidos a mí. Todos ellos tristes, otros bastante enojados y con ganas de pelear todo el tiempo, yo solamente sentía miedo y un profundo vacío en mí. Afortunadamente no duró mucho pues el bípedo que nos daba de comer en esas jaulas fue por mí para presentarme a mi nueva madre y al gran amor de mi vida, recuerdo que hasta me dijo "Eres demasiado caro para dormirte."

Cuando conocí a Laura el miedo y el vacío inmediatamente desaparecieron, sentía mi cola dar vueltas hasta que se convirtiera en hélice y saliera volando de ese lugar. No tardé en encariñarme de esa bípeda e inevitablemente me enamoré perdidamente de ella. Su espectacular olor a frutas, siempre dándome el mejor de los cariños y demostrándome el amor más grande que se le puede dar a un ser como yo.

Ella me llevaba a enormes campos de pasto y flores donde podía quedarme oliendo y descubriendo un millón de cosas, marcando siempre mi territorio y corriendo para atrapar todas las cosas que Lau me aventaba para que se las regresara y repetir eso infinidad de veces.

Laura era una chica muy feliz y cuando llegaba de donde quiera que iba sentía que el corazón me palpitaba a una velocidad demencial y se lo demostraba de todas las formas que me fueran posibles, nunca quería separarme de ella, soñaba con estar junto a Lau para siempre y protegerla. Algunas veces podía detectar que su animo era muy bajo cuando llegaba y yo me acercaba a ella para hacerla feliz porque así es como ella debe estar pero solamente me empujaba y me decía de forma muy agresiva "quítate" o "déjame en paz" de igual forma mi ánimo disminuía pero no podía dejarla a ella así, hacía lo posible por hacerla feliz, provocarle risas, demostrarle mi amor absoluto. Aquellos días acababan con su frente pegada a la mía y sus saladas lagrimas cayendo sobre mi nariz por lo que yo aprovechaba para pasar mi lengua sobre su cara tal como lo hacía mi madre a mí para demostrarnos su profundo e indescriptible cariño, el mismo que yo sentía por Laura.

Recuerdo un día que ella no estaba y yo encontré una blusa suya tirada en el piso, tenía todo su olor impreso y lo que empezó por un juego terminé comiéndome muchos cachos de esa blusa. Cuando Lau me descubrió sentí un enojo de ella muy grande, sabía que lo que había hecho estaba mal y ella me lo demostró gritándome e insultándome, era su blusa preferida y ella estaba terriblemente enfadada, llegó a pegarme con su mano en la parte más baja de mi lomo para después aventarme agua y eso me provocó un sentido de la culpabilidad que dudo que otro igual a mí pueda llegar a sentir. Esa noche ella misma me pidió perdón por haberme pegado, espero sepa que yo nunca la culpé por ello.  

A pesar de sus cambios de animo, mi amor por ella solamente aumentaba día tras día y cada que ella aventaba algo aprendí siempre a ir por él para traérselo de vuelta y provocarle esa sonrisa que iluminaba mi daltónica vista. Un día hubo fiesta en mi casa, era fiesta familiar y todos los pequeños bípedos primos de Lau se acercaban a mí con curiosidad, siempre preguntando si yo mordía y poniendo sus manos sobre mi cabeza, nada mejor que las caricias de un pequeño excepto las caricias de mi amada Laura. Una de mis grandes virtudes infundadas por mi querido Antonio fue siempre obedecer y siempre estarme quieto por lo tanto los bípedos confiaban mucho en mí y que yo estuviera cerca de ellos siempre. Sin embargo llegó la hora de la pirotecnia y cuando me di cuenta de qué se trataba eso inmediatamente corrí a esconderme porque es algo que hace estremecerme de los terribles estruendos como si los bípedos quisieran derribar el cielo sobre nosotros.

Recuerdo a Laura en la oscuridad acercarse a mí, poner sus manos sobre mi cuerpo y decirme con esa dulce y tierna voz que me calmara y que ahí estaba ella para cuidarme. A pesar de que los estruendos del cielo y del piso y la forma en la que estos me hacían estremecer y hacerme temblar no me despegaba ni un segundo de ella porque sabía que ella me protegería tal como yo sería capaz de hacerlo. Alguien se acercó a ella y le dio un objeto con un olor muy fuerte en su interior, ella procedió a encenderlo con esa luz caliente que usan los bípedos para después aventarlo con todas sus fuerzas y correr.

La acuciante necesidad de ir por esa cosa se hizo presente por lo tanto yo también corrí pero del otro lado de los bípedos pues era mi tarea ir por el objeto, cuando lo tomé con mi boca era realmente caliente por lo tanto debía llevárselo lo más rápido posible y en ese preciso instante escuché un grito desgarrador de Laura - ¡¡RULFO NO!! - y entonces sentí el estruendo que tanto me estremecía y no me dejaba dormir sólo que ahora dentro de mí, pero aquel sonido ensordecedor fue insignificante comparado con el monstruoso y aberrante dolor que sentía, provocando que mi vista se borrara y que todo en un momento se volviera negro.

Mi último recuerdo fue sentir algo extraño en mi cara, algo que no era mío y ese punzante dolor que ya nunca iba a desaparecer, apenas escucho una voz diciendo "Lo mejor es que se duerma para que ya no sufra" apenas abro los ojos y puedo ver borrosamente a Laura llorando amargamente como nunca lo había hecho y yo sin una pizca de fuerzas para quitarle de su precioso rostro esa tristeza. Solamente estiro una mano para apenas sentir la suya y entonces la negrura del eterno abismo viene por mí,  pero feliz, sabiendo que a pesar de mi corta vida, fue la más maravillosa que cualquier ser de este mundo pueda imaginar.



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